domingo, 2 de noviembre de 2008
Madrid, engalana a sus muertos.
De seguro, hoy será un lugar de los mas visitados.
Fue el pasado domingo, cuando la soleada mañana resultó perfecta para darse un paseo por el Cementerio de la Almudena.
Todos, sabemos de la afluencia de ciudadanos al recinto en esta fecha,pero en muchos casos, es la semana anterior, cuando se realizan muchas de las visitas para adecentar las tumbas donde descansan los restos de sus seres queridos.
Llegan hasta allí, a la ciudad de los muertos, para acicalarla, a la espera de la visita "de los vivos".
Así, era fácil ver familias enteras, recorriendo afanosos el camino que conducía de la tumba a la fuente, de la tumba a las papeleras... barriendo, fregando y acondicionando esta última residencia de los que nos han dejado.
El sol en agosto, abrasa las flores en Madrid, y en enero hiela cualquier brote, por lo que es una tarea continua de mimo y jardinería, lo que hay que tener con estas ubicaciones mortuorias.
A veces , a pesar de no comulgar con las mismas creencias, la cita es obligada por los familiares por el deseo, ese deseo que tenia el difunto, de que su morada estuviera limpia y cuidada, quizá subconscientemente, con el afán común de todo ser humano de ser recordado una vez que dejamos esta vida.
Por convicciones propias o por cumplir los deseos de los que nos dejaron, es que estos días el Cementerio ha sido un hervidero de visitantes.
Desde la rosa de Madri, solo apuntar, que este recinto, es de una gran hermosura en cuanto a estética se refiere, y así, lo hice saber en este o este otro post, pero también denunciar, el abandono de algunas de sus instalaciones y cuidados, que no puede ser concebido y que ya empieza a tener muchas voces de denuncia.Se justifica, diciendo que es competencia única de los familiares, pero se deben tomar medidas para que no se repitan las penosas escenas, de tumbas rotas, abiertas o desoladas esculturas mutiladas entre escombros.
Por creencia o tradición, por recuerdo o simplemente por admirar un lugar donde el silencio y la quietud de las horas reina, cuidemos esta ciudad de los muertos;
Al fin y al cabo, solo los vivos, podemos hacerlo.