En noches como esta, trato de rescatar mis recuerdos de niñez.
Era sin duda una noche mágica, me ponía tan nerviosa que no sé como podía dormir.
Entonces no existía el orfidal, ni los pesares cotidianos que ahora roban el sueño; entonces solo el agotamiento podía mas que la inquietud y una se quedaba dormida, aunque no fuera del todo, esperando el primer rayo de luz para correr al salón a ver los regalos de los Reyes.
Ese año, como otros muchos, acudíamos unos días antes todos los primos a un gran almacén de juguetes.
Allí nos soltaban y en relación con nuestros gustos y caras de agrado, elegían nuestros progenitores los preciados regalitos que luego nos asombrarian.
Nunca dejé de sorprenderme cuando a la mañana siguiente, comprobaba que me habían traído justo lo que mas me gustaba ¿Como podían acertar con tanto tino?
Ese año, en el almacén de juguetes, desde que lo vi me cautivó.
Ya no había ninguna muñeca, ni cacharrito, ni juego de mesa que lo superara, ¡era perfecto!
El tocador de princesa, era lo mas parecido a una joya de palacio, de la casita del príncipe, o de alguna otra elegante estancia vista con mis padres, en las excursiones a monumentos que acostumbraran llevarnos.
Era como de oro y marfil, con su terciopelo rojo, tenia una butaquita a juego que se levantaba para guardar dentro mas tesoros aun.
La mañana de Reyes estaba allí, en el salón de casa, montado para mi.
No me lo podía creer! pero era mi sueño cumplido!
Añoro cumplir sueños, desear algo con todas las fuerzas y tenerlo.
Aun a veces, algún sueño se cumple y uno se siente con la misma ilusión que aquella mañana, al descubrir ese pequeño tesoro, solo para mi.
Hace unos meses, encontré en un cuarto de la casa de la sierra de mis padres, mi querido tocador.
Allí esperaba, silencioso y cubierto de polvo, como el arpa de Bécquer, mi tocador de princesa, esperando que yo, le hiciera una foto para este post.
¡Feliz noche de Reyes!